Allí donde el lago Nonthué empieza a ser río camino hacia Chile, a principios del siglo XX una familia de colonos holandeses construyó un edificio muy particular, hoy conocido como “Castillito” Van Dorsser.
Los viejos cuartos rezuman la memoria de sueños truncos y cotidianas melancolías. En un espacio plagado de misterio, no son pocas las referencias de los pobladores sobre “presencias” y “fantasmas”.
Camiones que se sacuden en la noche, espectrales apariciones, golpes, pasos y voces son parte de sus relatos.
Dicen que en una de las ventanas se advierte una figura infantil. El aire en el interior es frío aun cuando la temperatura exterior supere los treinta grados. La madera en penumbras, la escalera que lleva a un ático sombrío, y la propia desventura de quienes lo habitaron sustentan cualquier referencia paranormal.
Como encargado de las visitas guiadas y ocupante de la vivienda contigua, no fueron pocas las ocasiones en las cuales pude confirmar lo inexplicable: desde puertas que se golpeaban hasta la aterradora sensación de sentir hundirse el colchón de mi cama, como si alguien se acostara a mi lado (claro que esto podría atribuirse más a una expresión de deseos producto de la soledad que a un espectro)
Una antropóloga, considerando lo helado del ambiente, concluyó de manera terminante: “acá hay una presencia”.
“Cuando nacemos tenemos un rumbo a seguir, el karma; podemos apartarnos, que es lo que llamamos libre albedrío, y luego, sin importar creencias, cuando morimos esa energía sigue su camino. Puede ser que no lo encuentre, y entonces queda suspendida en lo que se conoce como limbo”
“Vos tenés que ayudarlo. Pararte en la habitación y hablarle” sugirió académica, ignorando el espanto en mi rostro.
“Decirle gracias, pero no te necesito, seguí tu camino”
Disimulando un escalofrío, no tuve más remedio que apelar al humor para ocultar mi cobardía.
“Bueno, entonces el fantasma soy yo ¡porque todas las mujeres que intento seducir me dicen lo mismo!”
*Parque Nacional Lanín.